miércoles, 22 de octubre de 2014

I´ll never get out of this world alive



“El sonido de su voz me sacudió como una descarga eléctrica (...) Con el tiempo, me di cuenta de que las canciones grabadas por Hank cumplían las normas arquetípicas de la composición poética. Sus elementos estructurales son como pilares de mármol que no pueden dejar de estar presentes. De hecho, las sílabas de sus letras se dividen con precisión matemática. Se puede aprender mucho sobre la importancia de la estructura en la composición de canciones escuchando sus discos, y yo los escuché mucho y los interioricé”

Bob Dylan, “Crónicas”, 2004



El día de Año Nuevo de 1953, el cuerpo de Hank Williams [Alabama, 1923 – West Virginia, 1953] decía basta en el asiento trasero de su flamante Cadillac, colapsado por un último cóctel de morfina y alcohol. Su muerte no sólo anticipaba la tragedia arquetípica asociada a muchas jóvenes estrellas de rock, sino que también ponía punto y final a una carrera fulgurante (apenas un lustro de estrellato) en la que antes de cumplir los treinta años le había dado tiempo a escribir el libro de estilo del que bebería toda la línea evolutiva posterior de la música country.

No resulta exagerado afirmar que prácticamente toda la música folclórica norteamericana atraviesa las canciones de Hank Williams y se proyecta en y desde su figura, confiriéndole un aura patriarcal que el tiempo no ha dejado de revalidar. En su apretada colección de hits populares, cuyo grueso se concentra entre 1947 y 1952, se excava la tradición rural de los Apalaches, los espirituales negros, el blues y el honky tonk, las puras composiciones de bar que se cantan en el corazón de la noche. Su ubicación histórica le permitió vislumbrar, probablemente sin proponérselo, el advenimiento del rock'n'roll, pero también bebió de las fuentes del cajun, el único movimiento de habla francesa en la genealogía del folk americano, cuya evolución instrumental añadió una sección de ritmo y guitarra steel a su primitivo acompañamiento de acordeón y violín.

La propia historia de vida de Hank Williams, sin cuya tragedia no podríamos entender la esencia de su arte, es tan netamente americana como su corpus estético. En el coro de la iglesia donde su madre era organista se avivó una vocación temprana, espoleada en concursos para jóvenes talentos y afianzada ante difíciles audiencias en plena Gran Depresión, de donde salía triunfante en virtud de un precoz y magnético atractivo escénico. Devoto desde adolescente de la música de Roy Acuff, su primer gran referente, se nutrió de su cancionero al tiempo que incorporaba composiciones de  la más diversa procedencia, hasta que en 1946 se instaló en Nashville y empezó a imprimir su leyenda. Allí entra en la órbita de su ídolo, y tras una entrevista con Acuff y su socio, el productor Fred Rose, Williams sellaba el acuerdo que le permitirá encadenar la grabación de una serie de sencillos que sentarán las bases de su estilo, sencillo y económico, guiado por su característico tono conmovedor y suplicante: “Never Again” o “Move It On Over”, ambos de 1947, o “I Saw The Light” y “A Mansion On The Hill”, ya en 1948. Éxitos instantáneos que culminaban sólo un año después, cuando “Lovesick Blues” le propulsa hacia lo más alto de las listas de country y Hank se convierte en una superestrella.

En su ascenso, sin embargo, nuestro hombre no pudo deshacerse de otra escalada íntima que desde el principio impregnaría el espíritu del material que escribía e interpretaba. A un rosario de desavenencias maritales regadas en alcohol se sumaba su dolor crónico de espalda, en cierto momento agudizado por aparatosas caídas que le atraparon en una espiral de bebida y opiáceos. En sus canciones pronto encontraría el vehículo para exorcizar sus demonios, asentando su estilo en una economía de lenguaje y ahorro de recursos aplastante. En pocas líneas sintetizaba una historia, extirpaba el sentimiento profundo asociado al relato y hacía que el sentimiento y la emoción prevaleciesen sobre el conjunto. Sin ningún elemento de más o de menos.

Bob Dylan, de nuevo:
“No hacía falta compartir la experiencia de Hank para saber sobre qué hablaban sus canciones. Yo jamás había visto llorar a un estornino, pero era capaz de imaginarlo y me entristecía. Cuando él cantaba: “La noticia se ha propagado por toda la ciudad”, sabía de qué noticia se trataba, aunque en realidad no lo supiera (...)”


No es difícil entender a qué se refiere Dylan. En una de las canciones más célebres de Hank Williams, “Lost Highway”, compuesta por Leon Payne en 1948 pero inmortalizada por el cantante de Alabama en su grabación canónica de 1949, encontramos el oscuro relato de un vagabundo, apenas desplegado en un escueto monólogo interior. Es una buena metáfora de la libertad que se extiende frente a uno cuando se ha perdido todo, y donde lo que cruza la narración no es sino esa imagen recurrente, obsesiva, de una “carretera perdida”. “Lost Highway” capta tu atención de inmediato. No se trata sólo de la interpretación de Hank, del hechizo de su voz, sino de que en su pasmosa calidad de intérprete te coloca en un punto indeterminado de esa misma carretera. Sabes de qué carretera se trata, aunque en realidad no lo sepas. Aunque en realidad todo se trate de un viaje íntimo, o precisamente por eso.

En los albores de la década de los cincuenta, la vida de la ya rutilante nueva estrella del Grand Ole Opry, el programa radiofónico decano de la música country en EEUU, terminaba por descarrilar. Hank se consumía como una cerilla humana, pero ni su autodestrucción conseguía neutralizar una inspiración que seguía encadenando éxitos y canciones memorables, que se abrían en carne viva desde sus mismos títulos: “There's A Tear In My Beer”, “I Just Don't Like This Kind Of Living”, “Why Don't You Love Me?”, “I'll Never Get Out Of This World Alive”. Era la radiografía de las miserias cotidianas del norteamericano medio, expuestas sin artificio por un hombre corriente y convertidas en estándares country para los cantantes que vendrían detrás. Ni más ni menos.

Después, lo podemos intuir, llegaría el destierro, los escándalos apenas encubiertos que le apartan del Grand Ole Opry, las copas llenadas en soledad fuera de los focos y los charts. Y finalmente la muerte, su rentabilización y la huella eterna.


Le pregunté a Hank Williams: “¿Cómo de solo se puede llegar a estar?”
Hank Williams no me ha contestado todavía
Pero le escucho toser durante la noche
Cien pisos por encima de mí
En la Torre de la Canción

Leonard Cohen, “Tower Of Song”, 1988






Nota: existen abundantes antologías que resumen la trayectoria del conocido como el “Shakespeare hillbilly”. Desde aquí recomendamos dos colecciones: una recoge cuarenta de sus títulos más emblemáticos, mientras que la otra resulta un exhaustivo mastodonte de diez cedés.
“40 Greatest Hits” (Mercury, 1978) es, como su título indica, una recopilación de cuarenta singles registrados entre 1948 y 1952, entre los que no faltan “Jambalaya”, “Ramblin' Man”, “I'm So Lonesome I Could Cry” ni ningún otro título de referencia. En él podemos disfrutar no sólo de una amplia muestra del talento interpretativo y lírico de Hank Williams, sino también de la banda que un día articulase para acompañar sus composiciones: los Drifting Cowboys formados por Bob McNett (guitarra), Hillous Butrum (bajo), Jerry Rivers (violín) y Don Helms (guitarra steel).
Por su parte, “The Complete Hank Williams” (Mercury, 1998) resulta un proyecto titánico que no está muy lejos de constituir la integral de su trabajo, si no fuese porque a día de hoy todavía siguen exhumándose grabaciones inéditas. Encontramos aquí hasta doscientas veinticinco canciones, repartidas entre material de estudio, directos y demos, y acompañadas de la habitual memorabillia grueso libreto de acompañamiento.

Carlos Bouza Rodríguez

miércoles, 15 de octubre de 2014

The Pride of Country Music



Siempre resulta complicado abrirse camino cuando uno es diferente. Mucho más difícil incluso cuando un hombre de color intenta hacerse hueco en un mundo de blancos; y aunque a muchos nos disguste, el country ha sido la música del hombre blanco.

Charley Frank Pride [Sledge, MS - 1938] cumple el estereotipo del hombre de color americano. Hijo de jornalero, familia de nueve hermanos y trabajo en los campos de algodón en Mississippi junto a su padre. Una infancia dura en el seno de una familia pobre y trabajadora.

Dicen las leyendas que su padre quería llamarlo Charl, pero que un error en el registro de nacimiento lo convirtió en Charley para el resto de su vida. Algo que visto con distancia no fue tan malo para su carrera.

El joven Pride aprendió a tocar la guitarra cuando tenía 14 años, y lo hizo escuchando clásicos de country por la radio. Tras un intento fallido de entrar en el mundo del baseball y un paso de dos años por el ejército, Charley centró toda su atención en la música. Su gran oportunidad fue en 1963, cuando en el backstage de Red Sovine y Red Foley, Pride cantó "Lovesick Blues". Ambos veteranos quedaron tan impresionados que incitaron a Charley para que viajara a Nashville: Music City

Una vez allí, con el apoyo de los Sovine´s, de Webb Pierce y el manager Jack Johnson, la potencialidad del joven Pride llega a manos de Chet Atkins y RCA Records para firmar un contrato en 1966.
Sin embargo, su talento y amor por el country no fueron suficientes. Al pequeño Charley aún le quedaba la prueba más difícil: superar la discriminación racial de un público acostumbrado a ver a músicos blancos en los escenarios, y a un show business con poco interés en publicitar a un músico negro.

Su primer single de éxito: "Just Between You and Me" salió al mercado sin fotografía de portada para evitar el rechado de las estaciones de radio y el público más reaccionario. No abundan las fotos de Pride; pero su maravillosa voz y la calidad de sus composiciones fueron poco a poco derrumbando muros y prejuicios, permitiéndole ascender hasta convertirse en un auténtico número uno en la historia del country.

En 1967 actuó en el Grand Ole Opry, tras 42 años sin ver a un músico negro en su escenario (desde la aparición de DeFord Bailey en 1925). Sus temas se cuentan por hits: 20 de sus singles están entre los más vendidos de la historia del country, 36 números 1, 70 millones de discos vendidos en todo el mundo; y este gigante es el segundo mayor artista en ventas en la historia de RCA Records, sólo por detrás de Elvis Presley.

Tal vez su padre sólo quería darle a su hijo honorabilidad en su nombre, buscando un contrapeso al color de su piel. Nadie mejor que él sabía que la vida era dura para un hombre de color. Ahora eso ya nunca lo sabremos, pero pese al error, la historia le devolvió su honor con creces, y para todos los que amamos este sonido Charley Frank Pride se ha convertido en el "orgullo" de la música country.





martes, 7 de octubre de 2014

The Father of Bluegrass



Bill Monroe era un hombre de mirada limpia. Tal vez la pérdida de sus padres cuando era un adolescente fue el motivo de que sus ojos azules no encerrasen maldad nunca más. O puede que, como en tantas otras ocasiones, William Smith Monroe [Rosine, KY - 1911] fuese simplemente un buen hombre.

En casa toda su familia tocaba un instrumento, y eso llevó al joven Bill a aprender a tocar la mandolina cuando no alcanzaba los diez años de edad, ya que éste era el único instrumento que ni sus padres ni sus hermanos dominaban. Su tío, Pendleton Vandiver, se hizo cargo del pequeño tras la muerte de sus padres, y de su mano introdujo a Bill en la escena musical local, tocando en bailes y celebraciones populares. En esta época Bill Monroe todavía acompañaba a su tío tocando la guitarra, y gracias a éste último conoció a un músico afroamericano del que aprendió la base para desarrollar su propio estilo: Arnold Schultz. En palabras del propio Bill: "Arnold Schultz era un auténtico músico. Ningún otro hombre de color tocaba el blues como él".

Y como las leyendas se forjan a fuego lento, Bill Monroe compaginó sus apariciones en shows y radios locales con el trabajo en una refinería de Indiana durante la Gran Depresión. A lo largo de la década de los años ´30 Bill Monroe intentó hacerse un nombre en la escena country con The Monroe Brothers (junto a sus hermanos Birch y Charlie) y The Kentuckians; pero su relevancia no fue suficiente para que esos proyectos prosperasen. Intercalaron giras promocionales, grabaciones en RCA y apariciones en radios estatales; sin embargo, su sonido todavía era muy similar al de otras string bands de la época.

En 1938 cada hermano tomó su propio camino, y Bill Monroe formó la base de la banda de bluegrass más mítica de la historia: The Blue Grass Boys. En el año ´39 fueron invitados a una audición para el Grand Ole Opry de donde ya nunca se marcharon. Poco a poco, la técnica a la mandolina de Bill junto a su voz clara y aguda fueron tomando el liderazgo de la formación conformando un sonido diferenciado dentro del country tradicional.

En 1945 se incorporan al grupo Flatt Scruggs (guitarra y voz) y Earle Scruggs (banjo), y junto al violinista Chubby Wise y el bajista Cedric Rainwater el sonido bluegrass había encontrado su expresión más genuina. Ritmos endiablados, armonías vocales y una mandolina de virtuosismo sin igual sirvieron de base para que desde ese año Bill Monroe y The Blue Grass Boys iniciaran su auténtica eclosión a nivel nacional. Esta formación grabó para Columbia Records  algunos de los temas que entrarían por derecho propio en la historia del género.

Esta banda legendaría sólo duraría tres años, hasta que en 1948 Flatt y Earle deciden formar su propio grupo: The Foggy Mountain Boys. Por su parte, Bill Monroe apostó por recuperar su época dorada con una formación renovada, revisitando algunos de los clásicos más populares del bluegrass y grabando temas tan míticos como el dedicado a su tío Pendleton: Uncle Pen.  

Bill Monroe tenía fama de metódico y disciplinado, y durante los ´50 no fueron pocos los músicos que pasaron por su formación y chocaron con su carácter. Cuenta la leyenda que el viejo Bill canceló un concierto en el Carnegie Hall porque consideraba a su promotor un comunista: el también mítico Alan Lomax. Una vida curtida por la necesidad y el dolor hace más fácil entender el carácter de Monroe, quién en raras ocasiones concedía entrevistas o participaba en apariciones televisivas.

En este repaso sincero por los sonidos del country, Bill Monroe tiene un lugar privilegiado como padre del bluegrass, y lo que es más importante: su legado ya forma parte del imaginario colectivo. Su mandolina, única y genuina, curtida por el paso del tiempo, quedará para siempre vinculada a su figura.


Así es el bluegrass, y así lo describió el hombre de la mirada limpia:

“It´s a hard drive to it. It’s Scotch bagpipes and old-time fiddlin’. It’s Methodist and Holiness and Baptist. It’s blues and jazz and it has a high lonesome sound. It’s plain music that tells a story. It’s played from my heart to your heart, and it will touch you.”
Bill Monroe



martes, 30 de septiembre de 2014

Marty Robbins


"I miss you, Marty. I miss the jokes and the smiles and laughter that always gave me a lift every time I was around you.
No matter how tired, or what I might be burdened with, you made it all a lot lighter."

Johnny Cash



Yo también te añoro Marty Robbins. Sin haberte conocido también te siento profundo en el corazón. Y es que muy pocos han conseguido evocar leyendas de cowboys y pistoleros como tú lo hiciste.

Arropado por sus melodías western y la belleza de su timbre vocal, cualquiera podría abrir la ventana tras oír su música esperando el olor del pasto fresco, duelos y reyertas de taberna, historias de amores imposibles y caminos fronterizos que se pierden en el horizonte.

Nacido en Glendale, AZ - 1925; sus origenes rurales le sirvieron como a ningún otro para que las leyendas que conoció en su niñez forjaran el romanticismo y la pureza de un artista sin parangón.

Y doy gracias a la Marina por haberlo enviado al Pacífico Sur; porque su contacto con la múscia hawaiana fue determinante en su sonido y su estilo. Agradezco también a Jimmy Dickens el haberse fijado en él a comienzos de los ´50, siendo una figura clave para su posterior carrera musical. Y también bendigo a Marizona Baldwin por haber soñado en su niñez con conocer a un auténtico cowboy, acompañando en matrimonio a Marty durante 33 años. 

Y junto a ti me río también de los tres ataques al corazón que a punto estuvieron de llevarte; y del poco caso que hiciste a las recomendaciones médicas que te pedían llevar una vida tranquila. ¿A quién se le ocurre pedir calma a un forajido?

Sentado en el porche imagino El Paso sin alcanzarlo con la mirada, porque Marty Robbins le cantaba al pasado y en el pasado forjó su leyenda.

En 1982 se paró tu galope libre y salvaje; y dejaste a tus cowboys y pistoleros, el amor de Marizona, las carreras en la NASCAR... Y todos nos sentimos un poco más solos desde entonces.





The King of Country Music



Roy Acuff es sin duda uno de los más grandes en la larga historia de la música country. Repasar sus éxitos garantiza un recorrido reconfortante por los sonidos más genuinos del country en el siglo XX. Nacido en Maynardville, TN - 1903; Roy Acuff apuntaba maneras para convertirse en jugador de baseball; pero por suerte para los amantes de la música, una enfermedad truncó esa carrera y le obligó a buscar fortuna por otros caminos.

Desechada la ruta del deporte, Roy Acuff se unió como aprendiz al medicine show de Doc Hauer, con el único propósito de convertirse en un buen "entertaiment". Curtido por el contacto directo con el público, Acuff desarrolló habilidades como presentador, cómico, imitador y por supuesto: cantante. A partir de ahí, su popularidad fue creciendo de forma continuada hasta convertirse en un miembro fijo de los espectáculos del Grand Ole Opry. A diferencia de la mayoría de artistas de su época, Roy Acuff era cantante y violinista, combinación que le permitía desenvolverse en el escenario como un auténtico showman.

En la década de 1940 Acuff era ya una estrella nacional ante un público ávido de hits radiofónicos y espectáculos en vivo. Su mujer le animó a publicar su "songbook" personal, el cual le reportó un éxito comercial que llamó la atención de las grandes editoras nacionales. Ese éxito inesperado llevó a Roy Acuff a entrar en el negocio discográfico fundando junto a Fred Rose el sello Acuff-Rose Publications, que se convertiría en propietario de numerosos artistas y temas country de la época.

Su música, tamizada por el gospel y muchos clásicos espirituales, nos devuelve a lugares de comunitarismo y esperanza. Nos arranca de forma súbita de la monotonia de los tiempos para arrojarnos al terreno salvaje de los inicios de la música como fenómeno de masas. Especial mención para Bashfull Brother Oswald (Pete Kirby), guitarra dobro capaz de las más altas harmonías vocales, y bajo nuestro punto de vista, una figura clave en la potencia sonora de las interpretaciones de Acuff.

Por estos, y por muchos otros motivos, Roy Acuff y sus Smoky Mountain Boys se han forjado un lugar privilegiado entre los referentes más importantes de la música country del pasado siglo, ganándose de forma más que justa el apodo de King of Country Music.





The Smoky Mountain Boys:
Roy Acuff
Rachel Veach
Brother Oswald
Jess Easterday
Lonnie Wilson
Velma Williams